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corazón resistente como el tronco de un árbol;
rostro sabio,
dueño de un rostro y un corazón,
hábil y comprensivo”.

Pero en la lengua náhuatl, que es un universo milenario se encuentran conceptos muy puntuales sobre la educación, que nos revelan un mundo muy rico en donde nuestros antepasados pusieron mucho énfasis. En efecto, para poder conocer una cultura se requiere percibirla desde la óptica de su cosmovisión y en el caso de la lengua: desde su “cosmoaudición” como afirma Carlos Lenkersdorf.[1] porque los pueblos anahuacas de ayer y de hoy, hablan desde el corazón.

Por ejemplo, la palabra –ixtlamachiliztli- que implica la acción de dar o trasmitir sabiduría a los rostros ajenos nos habla del proceso de enseñanza-aprendizaje o itech netlacaneco que significa “Humanizar el querer de la gente”. Los antiguos mexicanos no sólo tenían instituciones públicas educativas como el telpochcalli, cuicacalli o calmécac, sino que dentro de la civilización del Anáhuac, la educación era en sí misma una institución, columna fundamental en las que se sostenía la sociedad anahuaca. De otra manera no se puede entender mil años de esplendor y siete mil quinientos de continuo desarrollo humano.

El Maestro.

Otro aspecto muy importante de la educación fueron los maestros. El maestro encarna los preceptos mismos del “rostro propio y el corazón verdadero”. El maestro era un guía comunitario, más allá del aula, porque el maestro de todos los tiempos educa con el ejemplo de su propia vida. El maestro –temachtiani- en lengua náhuatl es definido en el Códice Matritense de la manera siguiente:


“Maestro de la verdad,
no deja de amonestar.
Hace sabios los rostros ajenos,


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  1. “Aprender a Escuchar”. p. 23

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