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simbólica-, y es claro que este mito relata el nacimiento del hombre a la espiritualidad.”
“Esto indica que, lejos de constituir un elemento inútil que no hace más que molestar al espíritu, la materia le es necesaria porque únicamente por la acción recíproca del uno sobre la otra, la liberación es conseguida.
Parecería que si la materia es salvada por el espíritu, este a su vez tiene necesidad de ella para transformarse en algo como una energía consciente sin la cual la creación dejaría de existir.”
“Esta energía indispensable a la marcha del universo no puede surgir más que del hombre, porque solo él posee un centro susceptible de transformar el espíritu que estará destinado a perderse en la materia. Salvándose él mismo, el hombre -del que Quetzalcóatl es el arquetipo- salva entonces la Creación.
Por eso es el redentor por excelencia. Como lo enseña la parábola del rey del Tollan, esta salvación no se hace fácilmente. Para reconciliar el espíritu y la materia de que está formado, el individuo debe sostener durante toda su vida una lucha dolorosamente consciente que lo convierte en un campo de batalla en el que se enfrentan sin piedad los dos enemigos. La victoria del uno o del otro decidirá de su vida o de su muerte: si la materia vence, su espíritu se aniquila con él; si ocurre lo contrario el cuerpo “florece” y una nueva luz va a dar fuerza al Sol.”
“El Sol que da vida al universo se alimenta del sacrificio [espiritual N. A.] del hombre, y no puede subsistir sino por su fuerza interior.”
“Así, por un camino diferente, nos volvemos a encontrar con la hipótesis según la cual la Era de Quetzalcóatl es la del advenimiento del alma, del centro unificador que es la esencia misma de todo pensamiento religioso.” (Laurette Séjourné. 1957)

Es importante subrayar, que el grado de abstracción y profundidad en la religión del pueblo logrado por los Viejos Abuelos, resulta hasta nuestros días muy adelantado. Lo que sucede es que desde 1521 se ha prejuiciado y mal interpretado todo conocimiento y valor de la antigua civilización, especialmente en el aspecto de la religión y la filosofía, toda vez que eran las bases “morales” por las que se justificaba la invasión. En efecto, la corona española manifiesta que los pueblos invadidos eran salvajes y primitivos. La iglesia por su parte autoriza la         77