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“Ahora bien: en este estado de la religión, acontece la conquista española. Sobreviene la catástrofe. Llegan los misioneros, que sabiamente procuran que algo escape a ella, y buscan conservar los testimonios de la religión vencida mediante la información que solicitan a quienes habían sido sus fieles. Y éstos, comprensiblemente, no les revelan, o porque no lo tienen o porque no quieren compartirlo, el conocimiento mayor, el de quienes he llamado expertos. Entonces comunican sólo aquello que es patrimonio cognoscitivo de la comunidad: rasgos físicos, cualidades generales como que la entidad Tláloc es dios de las lluvias o fomentador de la fertilidad. Esto es lo que consta en los textos entonces recogidos.
Los cronistas e historiadores posteriores toman esta imagen, decididamente mutilada, ya que al destruirse la comunidad religiosa, el conocimiento de los expertos dejó de transfundirse en ésta, dejándola sin fundamentos y con una verdad fragmentada.
Ahora llegan los estudiosos siguientes. Llevados posiblemente por su incapacidad de comprender los llamados testimonios arqueológicos, esto es, las imágenes en que los miembros de aquella comunidad plasmaron su secreto, han ido a lo que les es comprensible: fuentes escritas. Y han tomado por verdad íntegra el conocimiento superficial, privado de raíz, que en ellas se contiene. De allí la pobreza, la incesante repetición de errores, contradicciones y superficialidades reiteradas que se manifiestan en sus obras.
Y también, fruto así mismo de su incomprensión de las imágenes, las falsas atribuciones iconográficas, que han venido, al ser irreflexivamente repetidas, a integrar una red insoslayable de mentiras y confusión, de la cual resulta difícil escapar.” (Rubén Bonifaz Nuño. 1986)

La divinidad suprema tenía muchas formas de representación en lo que conocemos equivocadamente como dioses menores, pero que eran advocaciones diferentes de una misma realidad. Como la Virgen María en la religión católica que es una sola, por múltiples representaciones de una misma realidad. A esta avanzada interpretación de “Dios”, los Viejos Abuelos le nombraban poéticamente, “El dueño del cerca y del junto,[1] Aquél por quien se vive, Noche Viento, El que se inventa a sí


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  1. Omnipresente

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