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Lo que vino después, solo pudo ser posible por la barbarie española y la confusión y rencor de los aliados indígenas. Los españoles encabezaron el saqueo, destrucción y ejecución de los mexicas, para quienes no existió ninguna compasión. Las atrocidades que cometieron, tanto los españoles como sus aliados indígenas no han sido documentadas cabalmente, pero resulta muy fácil deducirlas.

 
“Fue cuando le quemaron los pies a Cuauhtemoctzin.
Cuando apenas va a amanecer lo fueron a traer, lo ataron a un palo en casa de Ahuizotzin en Acatliyacapan.
Allí salió la espada, el cañón, propiedad de nuestros amos.
Y el oro lo sacaron en Cuitlahuactonco, en casa de Itzpotonqui. Y cuando lo han sacado, de nuevo llevan atados a nuestros príncipes hacia Coyoacan.
Fue en esta ocasión cuando murió el sacerdote que guardaba a Huitzilopochtli. Le habían hecho investigación sobre dónde estaban los atavíos del dios y los del Sumo Sacerdote de Nuestro Señor y los del Incensador máximo.
Entonces fueron hechos sabedores de que los atavíos que estaban en Cuauhchichiloco, en Xaltocan; que los tenían guardados unos jefes.
Los fueron a sacar de allá. Cuando ya aparecieron los atavíos, a dos ahorcaron en medio del camino de Mazatlán... Allá ahorcaron a Macuilxóchitl, rey de Huitzilopochco. Y luego al rey de Cuhulacan, Pizotzin. A los dos los ahorcaron.
Y al Tlacatécatl de Cuauhtitlan y al mayordomo de la casa Negra los hicieron comer por los perros.
También a unos de Xochimilico los comieron los perros.
Y a tres sabios de Ehécatl, de origen tetzcocano, los comieron los perros.” (Texto anónimo de Tlatelolco. 1528)

Cortés mandó destruir piedra sobre piedra a la ciudad de Tenochtitlán, la ciudad más grande y mejor urbanizada de aquellos tiempos en todo el planeta, para de sus escombros, fundar la capital de la Nueva España.

Significando con ello, la destrucción y negación de la civilización vencida, que inmediatamente fue proscrita y perseguida hasta nuestros días.

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