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pensamiento, provocando una guerra civil y religiosa en el Anáhuac. Es claro, que un puñado de aventureros, mal armados, sin entrenamiento y disciplina militar, llenos de pugnas, ambiciones y rivalidades internas; iban a vencer, por ellos mismos, al poderoso mundo indígena y en especial al temido y formidable imperio mexica, que contaba con cientos de miles de guerreros, perfectamente entrenados y organizados, con una larga tradición y experiencia militar. El número de los indígenas, arrollaba cualquier superioridad tecnológica militar de los españoles de aquellos tiempos. España para esos tiempos tenía aproximadamente 9 millones de habitantes, en lo que hoy es México se calcula que existían entre 20 y 25 millones de habitantes.

“En España, y en toda Europa, no existían entonces conglomerados urbanos siquiera comparables con México, que, aunque hay quien le asigne hasta millón y medio de habitantes, lo más probable es que anduviera por el medio millón (Londres no pasaba de 40 mil y París, la ciudad más grande, apenas llegaba a 65 mil), y eso sin contar las demás poblaciones del Valle, que iban muy a la zaga, como Texcoco, Aztcapozalco, Ixtapalapa, Tacuba, etc., que totalizaban más del millón y medio.” (José Luis Guerrero. 1990)

Cortés supo hábilmente engarzar el problema religioso y las rivalidades de los indígenas, para asumirse como el capitán de Quetzalcóatl, llegar a Tenochtitlán con miles de aliados indígenas, pasando antes a la ciudad sagrada de Cholula y hacer la primera gran matanza, para fortalecer la alianza con los tlaxcaltecas, pues en ese momento eran sus rivales. Para los mexicas, el conflicto era religioso y la guerra era religiosa. Ellos no se estaban enfrentando a un enemigo invasor y depredador, ellos estaban en medio de un gran cisma religioso filosófico y en una guerra civil.

“Esa desproporción, sin embargo, era sólo aparente: aparte de que pronto el número de indios aliados fue tan grande que la conquista realmente se puede decir que no lo fue, sino más bien una guerra civil de la que se aprovecharon unos pocos invasores extranjeros, dado que ambos peleaban más en terreno religioso que en el militar, la concepción española de la guerra les confería una fuerza demoledora, en tanto que la mexicana paralizaba a sus creyentes, haciéndoles

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