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los españoles peninsulares, el derecho de dirigir y gobernar el destino de la patria.”(Enrique Flores Cano. 1987)

Los desafíos en la construcción de la historia propia.

Los mexicanos necesitamos descolonizar el pasado antiguo de México. Es de urgente realización “el descubrimiento del Anáhuac”. Requerimos releer con otros ojos las fuentes. Necesitamos re-investigar nuestra historia “propia-nuestra”, necesitamos repensar y reinventar nuestra historia verdadera. Se necesitan desmantelar el andamiaje de mentiras y verdades a medias que elaboraron: primero los mexicas, después los españoles durante los trescientos años de colonia y finalmente los criollos en los últimos doscientos años de “vida independiente”. En donde han hecho de la Historia Oficial hispanista, la biografía del Estado colonizador en el que vivimos hasta nuestros días.

Resulta fundamental, conocer con profundidad la filosofía y las normas éticas y morales con la que los Viejos Abuelos construyeron a lo largo de miles de años, sociedades armónicas, justas y respetuosas de los valores, principios y derechos humanos, que resultan universales en tiempo y espacio y reencontrarlas en los sólidos principios morales, éticos, místicos y sociales que de algún modo viven en los mexicanos contemporáneos, especialmente en los llamados “indígenas” y campesinos.

“Todo escolar sabe algo del mundo colonial. Los grandes monumentos arqueológicos sirven como símbolo nacional. Hay un orgullo circunstancial por un pasado que de alguna manera se asume glorioso, pero se vive como cosa muerta, asunto de especialistas o imán irresistible para atraer turismo. Y, sobre todo, se presume como algo ajeno, que ocurrió antes aquí, en el mismo sitio donde estamos nosotros, los mexicanos. El único nexo se finca en el hecho de ocupar el mismo territorio en distintas épocas, -ellos y nosotros-. No se reconoce una vinculación histórica, una continuidad. Se piensa que aquello murió asesinado –para unos- o redimido para otros en el momento de la invasión española. Sólo quedarían ruinas: unas en piedra y otras vivientes. Ese pasado lo aceptamos y lo usamos como pasado —del territorio—, pero nunca a fondo como —nuestro—         156