las tempestades. Los siguientes tres cielos están reservados para la morada de los dioses y se nombran Teteocan. Los siguientes dos cielos constituían el Omeyocan, mansión de la dualidad donde habita Ometeótl.
El Inframundo.
Debajo del espacio humano o Tlatipac, se encuentra el inframundo o Mictlán. Lugar donde gobierna Mictlantecuhtli y Micltlantecíuhuatl, el Señor y la Señora de la Muerte. Los seres humanos que morían y no iban al Tlatócan, porque su muerte no estaba relacionada con el agua. Los que no iban al Chichihuacuahco, el paraíso reservado sólo para los niños. Los que no iban al Ilhuicatltonantiuh, el lugar reservado para las guerreras y los guerreros que morían luchando su Batalla florida.[1] Las personas que morían de manera común y que su vida había sido intrascendente, ellas iban en un penoso viaje al Mictlán, el cual duraba cuatro años. Los lugares que recorrería la persona para llegar al Mictlán eran: la tierra, el pasadero de agua (Apanohuaya), el lugar en donde se encuentran los cerros (Tépetlmonamicita), el cerro de obsidiana (Cehuecáyan), lugar del viento de obsidiana lugar donde tremolan las banderas, lugar en donde es flechada la gente, lugar donde se comen los corazones (Teocoyleualoyan), lugar de la obsidiana de los muertos y por último el Mictlán o sitio sin orificio para el humo. Al término de esos cuatro años de sufrimiento se presentaban ante el Señor Mictlatecuhtli, quien les decía, -Han terminado tus penas, vete, pues, a dormir tú sueño mortal y se convertían en nada-, desaparecían.
En el mundo filosófico del Anáhuac, también existían espacios intangibles que se entremezclaban con la mítica, la religión, la historia y la realidad cultural de los Viejos Abuelos. En su conjunto podemos apreciar la profundidad del pensamiento complejo de nuestros antepasados que, penetraban en sus planteamientos a niveles muy elevados de la concepción del mundo y de la vida. Entre otros podemos mencionar: Ximoyan, el lugar de los descarnados. Topan in
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- ↑ La lucha ritual y simbólica por vencer la inercia de la materia, es decir, los vicios y debilidades humanas, para trascender la existencia material de la vida y penetrar a los insondables misterios del Espíritu.
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