combate, estaba buscando en su mente, por aquellos días, una fórmula de arreglo, una transición honrosa entre el príncipe y él. Además con hacer prisioneros á los rebeldes y ajusticiarlos, tenía bastante; en realidad no necesitaba para nada el sacrificio de las mujeres.
—Bien: os perdono, y es mi voluntad imperial libertad á las hembras permitiéndoles sacar de la fortaleza todo aquello que encima y en los brazos puedan conducir.
Y cuando el emisario del príncipe regresó á su campamento con el acuerdo, los hombres lo recibieron con alegría, aunque las mujeres- y esto prueba el cariño intenso» y la grande alma de la india peruana— no aceptaron el convenio ni á fuerza de súplicas, hasta el extremo de que se negaron á salir de la fortaleza en busca de la vida y de la anhelada libertad, á no salir acompañadas de sus padres, de sus esposos y de sus hijos.
Entonces hubo un acontecimiento sublime: una india, llamada Yucaba, convocó á todas sus compañeras para exponerles su plan.
Y les habló en estos términos:
—Ya sabéis que el inca ha dado su imperial palabra de dejarnos salir llevando sobre nuestros cuerpos, para salvar nuestras riquezas, todo aquello que podamos conducir. Pues bien, nuestras riquezas son nuestros hijos, nuestros maridos y nuestros padres. Saquémoslos en hombros. Yo,
