blado y aún pueblan aquellas dilatadas y feraces regiones.
Es inconcuso, que la raza americana, tiene, en una gran parte, todos los rasgos distintivos de la mongólica y sin embargo, es evidente también que no es tampoco como á primera vista pudiera creerse, vástago de una sola familia. Estudios recientes, la dividen en numerosas ramas, á las cuales se les adjudica diverso orígen. Dánle algunos, por cuna, el Asia, y no pocos graves etnólogos, las hacen derivar de japoneses y ejipcios.
En lo que todos convienen, es en que indudablemente se verificaron diversas emigraciones que poblaron el suelo americano; mas, la determinación de las fechas y de las condiciones en las cuales se realizaron esas emigraciones, constituye un misterio impenetrable.
Proclaman con probanza elocuente y abrumadora estas indicaciones, los colosales monolitos de Tiahicanaw y las ruinas de Sicasica, en Bolivia, así como también las de Zelimbela, en el Ecuador, completamente distintas y anteriores á las incaricas del lago Titicaca y de Silustani en el Perú, todos los cuales, acusan irrefragablemente, la existencia de pueblos y civilizaciones anteriores y posteriores á las que se encontraron en la fértil y cálida América, los numerosos descubridores y conquistadores.
Los tlacastecas y los aztecas, cruzáronse en
