simo venero del preciadísimo metal, del rey de los metales.
Huelga describir el alborozo y júbilo que sentían los compadres. No era para menos. La Providencia los, había hecho inmensamente ricos.
Cotidianas escursiones realizaron durante mucho tiempo, procurando no ser vistos ni á la salida ni á la entrada en Copiapó, esquivando ser vistos en el campo y preparando su explotación en forma, que permaneciera ignorada aun de aquellos que acertaran á aventurarse por la «Quebrada Negra.»
Después de lavadas las piedras, llevábanlas á un rico judío comerciante de la ciudad, llamado Samuel, el cual, las cambiaba por moneda corriente y se cuidaba de colocar las importantes sumas de las aportaciones de sus extraños clientes, en el Banco de Londres.
Pronto, muy pronto llegó á conocerse en Copiapó, la variación que se había operado en la posición económica de los compadres.
Adquirieron éstos muchas é importantes fincas urbanas y rurales; alhajaron suntuosamente el palacio en que juntos vivían; repartían con frecuencia, cuantosas limosnas y merced á su generosidad y desprendimiento, recibieron protección, con inusitada largueza, el comercio y la industria de la comarca.
Comentábase en toda la población, el súbito