flores, que prenden en el pecho y en el cabello con bastante buen gusto.
Este es el tipo general de la mujer de Puerto Rico, que no se distingue por cierto por su belleza, porque en sus rasgos fisonómicos encaja muy difícilmente la estatuaria perfecta de la verdadera hermosura; pero le sobran encantos morales para cautivar al hombre y para hacerle feliz la belleza del alma y la bondad del pensamiento son dos cualidades que valen más que todo lo del mundo. No hay mujer buena que no sea adorable: parece que Dios ha tratado de contrarrestrar en las puertorriqueñas lo uno con lo otro; la plasticidad de la belleza, con la hermosura moral: divina equidad con la que la mujer de Puerto Rico sale indudablemente favorecida ante la mirada inteligente del hombre, que no suele buscar para su boda, para su nido, un diablo blanco, sino que prefiere un ángel negro, por lo que tiene de ángel.
La estatuaria, la belleza arrebatadora, tentadora, avallasadora de la mujer suele servir para otra cosa, para el placer más que para el amor; más para deshonrar un tálamo que para honrarlo; más para satisfacer al cuerpo que al alma, más para brindar al deseo que para brindar á la dicha: y el deseo es una cosa preciosamente material pero nociva para la felicidad generalmente, porque la profana, pa
