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P. GINER

ciable, cosa que supone para nuestra historia colonial una de nuestras grandes injusticias.

Ya cuando tuvieron las ciudades portorriqueñas representación en las Cámaras españolas fué cuando empezó á iniciarse en el país su evolución social hacia el progreso: ya entonces empezó á mirar al mundo, á recibir en pleno rostro joven y descubierto las brisas civilizadoras que venían de Europa y de América como hálito vivificante y de redención.

Y, como en Cuba, las mujeres de Puerto Rico, en algunas ciudades, especialmente en San Juan de Puerto Rico se han asimilado de tal modo las modas y las costumbres europeas, que han perdido todo el carácter original, han quedado desnaturalizadas: las damas de la capital son verdaderamente señoras españolas; la alta clase es como la aristrocracia madrileña: tiene hasta ese elgante sello de educación, de gran cultura, de esquisita y refinada elegancia.

En donde suele conservarse algo del tipo original, lo más castizo, lo más «portorriqueño», es acaso en Ponce, Mayagüez, Arecibo, Aguadilla.

Allí está la verdadera portorriqueña, la mujer del trópico, de la tierra, el alma, la fisonomía, el carácter, el perfil. Estas mujeres son las que marcan las diferencias de raza entre las de Puerto Rico y las de Cuba; y son las menos maleadas por las revelaciones del progreso; por