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P. GINER

dígena, feroz, sanguinario y arca de todas las pasiones bajas, más desenfrenadas, que puede abrigar en su pecho la bestia humana, sin freno de religión y de moral, sin barrunto alguno del destello divino de la inteligencia. Al desfilar los prisioneros ante el repugnante vencedor, vió éste á Lucía de Miranda, cuya congoja y terror, realzaban su suprema belleza y concibió el propósito de hacerla su concubina.

El cacique Mangora, ordenó que acudiera á su estancia privada, la esposa de Hurtado y á solas con ella, la requirió de amores, sin apelar á la violencia.

Negóse ella con altivez y resolución firmísima y, lo que es verdaderamente anómalo en un salvaje del fuste del cacique Mongora, empleó sus toscas artes de enamoramiento, para, rendir por la persuasión, aquella fortaleza humana, más inexpugnable que la que por traición había allanado momentos antes.

Agotados los recursos del tosco razonamiento, planteó Mangora un terrible dilema: ó el amor de Lucía, ó la degollación de todos los prisioneros de Santi Espíritu.

Jadeante de lujuria, con los ojos desencajados por el brutal apetito, miro profundamente el cacique á su víctima y cuando creyó aquél cierta su victoria, fiado en el intenso amor que Lucía profesaba á su esposo, amor que la arrastraría al supremo sacrificio de su honra,