ventana. Y los vió. Eran soldados al mando de un sargento. Vió que llegaron hasta la choza y que la cercaron por fos cuatro frentes.
Y escuchó.
—¡Aquí; aquí deben estar los pájaros!
—Seguramente.
—No es cosa de que se hayan internado en el mar con la noche tan tempestuosa que hace.
—Imposible.
— ¿Y el patrón?
—¡Bah, el muy perro ya habrá tenido buen cuidado de esconderse bajo siete estados de tierra!
—Muchachos, —dijo el sargento que mandaba la fuerza—es menester que las mujeres no se escapen; va en ello mi ascenso y vuestra recompensa, pues ya sabeis el interés tan grande que tiene el general en hacerias prisioneras.
Esto lo oyeron perfectamente Enrique y las dos señoras.
Enrique tembló, y sacó el revolver para impedir á tiros la entrada en el zaguán. Las damas reconocieron el techo aguardillado y vieron con alegría que tenía un tragaluz que daba al tejado.
Cerraron herméticamente el desván é intentaron subir por el tragaluz.
Hasta que lo consiguieron.
Ya sobre las tejas, andando á gatas por la resbaladiza pendiente se asomaron con caute