Hicieron noche en medio de la llanura; los caballos estaban medio muertos, inútiles para seguir caminando.
Y al amanecer continuaron su camino, á pie. Anduvieron al azar, rehuyendo la presencia de seres humanos; hasta que por una casualidad providencial, el teniente pudo orientarse y definir dónde se hallaban.
—Señora, creo que estamos libres de todo peligro.
— ¿Sí?
—Próxima está la costa, y después el mar, la salvación, pues si los bolivianos dominan ya por aquí, no ha de faltar, según espero, algún peruano leal, hombre de mar y patriota, que nos proporcione un bote para huir mar adentro.
—Buen recurso.
—La vida.
—Bah,—dijo Clara, cuyo espíritu y temperamento expansivos animaban y alegraban siempre, en lo posible, las situaciones difíciles.
—Quién sabe.
—Es posible.
—Pronto se sabrá: subámonos en ese cerro y veremos el mar.
Subieron y la salvación, el agua tranquila é inmensa, aparecieron ante la vista de los fugitivos.
Anduvieron ya con más ánimo durante la