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ALBERTO GHIRALDO

poco; y yo no puedo, no quiero calificarla!

Y abrumado en análogas reflexiones permaneció como en sueños.

III

Una ilusión pareció alentarle en medio de su nostálgia. Y entonces se entregó, en absoluto, á la labor ruda y sin trégua. En su mesa de estudio se amontonaban las cuartillas. Escribía, escribía sí, atropellada, febrilmente, en arrebatos de inspiración que se subleva.

Pensó que en pocas horas podría dar fin á aquella obra comenzada hacía años y en la que fundaba sus mayores glorias de escritor y artista. Para ésto pondría en ella toda la intensidad de su congoja, los desgarramientos de su espíritu atormentado; haría vibrar en ella toda la desesperación de sus ánsias, la vehemencia de sus pasiones, todo el