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ALBERTO GHIRALDO

—¡A beber!

—¡Viva la alegria!

Y las parejas enloquecidas, como impulsadas por una sola fuerza, atravesaron la sala del gran teatro yendo á tomar por asalto una de las mesas del hermoso jardín.

—¡Cómo me aburro! díjome al oído, mientras mojaba sus labios en la copita de Kumel, una Safo criolla que había elegido esa noche por compañera.

—Llévate á tu romántica, exclamó mi amigo, el poeta de los versos de colores, al ver el gesto de cansancio que se marcaba en el rostro de su conocida.

—Véanlo si es malo, contestó ella recibiendo la frase con una sonrisa de adorable resignación.

Y el murmullo del baile de máscaras llegaba basta aquel sitio, formando un