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GESTA

claros y luminosos, tomó un tinte de melancolía serena, y que el gesto amable de sus labios tuvo la contracción del pesar. Y, alma generosa, reservó para los niños de la casa todo un tesoro de consuelo, derramando como prodiga luz de esperanza que faltó después á su espíritu.

Y entonces ella, la abnegada, la paciente, la bondadosa, que no pudo ser cruel sino consigo mismo, resolvió entrar en la noche del misterio, mariposa perdida en la espesura, luz pálida anulándose en la sombra.

Había temblado ante el desastre. Presintió algo peor que la muerte, vino el ofuscamiento después de la ruda conmoción, no esteriorizada sino vagamente, del ser psíquico, y la visión del porvenir se alzó como un velo de espanto en aquel cerebro, provocando la tragédia.

III

—¿Por qué?

Era el niño que interrogaba; pero la