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ALBERTO GHIRALDO
gatorios. El, como amigo del marido, está al cabo de ciertos detalles abrumadores.
Hace armas de todo, la acosa, no la deja articular una frase sin contradecirla, y al fin ella como una fiera corrida, acorralada y envuelta en sus propias redes, revela su secreto:
—Si! Y qué! ¡Le había envenenado!...