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ALBERTO GHIRALDO

y te aseguro que me felicito de haberte proporcionado la oportunidad de lucir tan relevantes condiciones literario-oratorias que, á decir verdad, permanecían para nosotros en el misterio.

—Eres un rencoroso, y no tienes razón, dijo Lúcio, disimulando el estado de excitación nerviosa que le ocasionaba la serena ironía encerrada en las frases de su amigo.

—Lo que quiero decirte, por último, entiéndeme bien, agregó impaciente ya, es que tú no tienes el hábito, la gimnasia social requerida para llegar á la conquista de ciertas almas.

—¿Almas? Já, já ¡Qué risa! ¿Cuáles? ¿Esas de tu mundo? Y Cárlos subrayó con el lábio la última palabra.

—Estás imposible. Pues bien, te desafío: Ese mundo, mi mundo que tú dices, no lo conoces. Y yá verás á donde van á parar tus soberbias, tus orgullos de afortunado en el amor, el día en que, separándote del círculo femenino donde haces de viejo zorro, te encuentres frente á una de esas damas que tú no buscas, que no has buscado jamás