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ALBERTO GHIRALDO

veinte minutos para llegar á la estación, y el asunto que me obliga á realizar este viaje es importante, como te consta. Adios.

—Hasta luego.

Y un beso sonoro y rápido corta el diálogo.

Segundos después se oye un portazo, un chasquido de látigo; y el coche que lleva á Antonio Aubert hasta la estación del Norte rueda, serena y velozmente, sobre el pavimento de madera.

Luisa está nerviosa. Reflexiona. De todos modos, dice, ésto tenia que suceder, tarde ó temprano. Yo no sé si lo quiero. Creo que nó. El hábito. la costumbre, cierto afecto, tal vez... Hace trece años que al despertarnos, todos los días, nos vemos la cara. Yo lo miro, él me mira; y siempre igual, hasta llegar á convencernos que esto sería eterno. Pero cariño, en realidad, ¿habremos sentido nunca?

¡Oh sí! exclama después con un gesto,