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ALBERTO GHIRALDO

Pero el contraste le domina: obedece á esa ley. Y así no concibe el placer sin el exceso.

Es un melancólico, un solitario que ansía la quietud en un retiro místico y es el fuerte luchador, el revolucionario que clama contra las injusticias presentes, en frases que tienen la sonoridad majestuosa del apocalípsis.

Desea la calma de las noches primaverales, las medias tintas suaves de los crepúsculos, y es el abanderado de todas las rebeliones, el portador de la enseña roja, que se agiganta en medio de la tormenta y levanta su frente, más alta que ninguna, con toda la arrogancia de los sublevados.

Hay en él dos individualidades: es un raro.