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GESTA

dicante, con el último hilo de voz yó, el moribundo, dije por fin: padre, no creo en Dios.... y doblé la cabeza.... y quede rígido.

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Entonces... te despertaste, exclamó casi angustiado por las palabras de mi amigo.

Nó, agregó Julio. Hay otros detalles que no tengo ahora presentes. Estos son los preparativos del entierro.

Recuerdo, sí, el viaje evocador hasta la Necrópolis, en el cajón estrecho, la llegada y el descenso ante la gran puerta de hierro.

Hizo una pequeña pausa y luego continuó:

Despues la concurrencia acudió presurosa a apoderarse del cadáver y cuando el cortejo avanzaba por el estrecho callejón, circundado de bóvedas, yo sentí las fruiciones nerviosas con que el más amigo de mis amigos apretaba las agarraderas de mi féretro.