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ALBERTO GHIRALDO

vengador, á todos los envilecidos, á ese tropel misérrimo de claudicadores, de desastrados, especie indigna que marcha al azar, sin más rumbo que el señalado por el premio prometido á los que abdican.

Es el eterno incómodo de los que, fuerza de indignidades han pasado su rubicón; de los que han arribado á su montículo de cumbre más ó menos dorada. No perdona; porque él siente en el labio el temblor de la protesta y esta errumpe, violenta siempre, como si por aquella boca formulara sus quejas el espíritu de la insigne verdad.

Tiene aires de apóstol, de apóstol combatiente, que se entrega, bravío, á la lucha con el arrojo de los convencidos. Es porta—bandera.

Se le desprecia ó se le sublima. El término medio, el elogio banal, la frase hueca del aplauso momentáneo no cuadran á su temperamento, á su modalidad. Tiene detractores y admiradores. Hay quienes creen en su sinceridad y en su genio. Estos le levantan un pedestal y lo aclaman. Los otros le arro-