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ALBERTO GHIRALDO

juro y traidor tuvistes días de triunfo mundano y estéril; te erguiste sobre la multitud con la arrogancia de los victoriosos; te erguías sobre mi cadáver; yo era la víctima: había caído en tu camino. Mi memoria fué pasto de imbéciles y de malvados. Perjuro y traidor tú también la escarnecías...

El mendigo implora de nuevo. Ha levantado las manos en cruz y al extenderlas hacia la visión cae de la cama con estruendo.

Se arrastra de rodillas. En el piso áspero, de ladrillos, se abren sus carnes; al roce brutal cede el cuerpo; la cabeza, en vértigo espantoso, se inclina adelante y el armazón, todo entero, de aquel ente miserable que claudica, se desploma, acostándose para siempre, en el cuarto del conventillo maloliente y glacial.