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GESTA

el grito. Y nadie hace caso porque nadie oye; que el sueño de la pobreza es parecido al de la muerte!

La cuerda rota cae en ese instante del cuello; y el niño, con cara de hombre, desaparece. La vision dice ahora:

—¿Perdon? Sí. Yo te perdono porque he amado mucho; y quien ama perdona. Pero él, él no te perdonará nunca. Y la vision señalaba el lado por donde partiera el niño con cara de hombre. Despues continuó, implacable. El, cumpliendo un designio, te encontró hoy en la calle, te trató como á un pordiosero y te dió la espalda. El no te perdonará nunca. Ese será tu castigo.

Yo era joven y hermosa, dijo después aquella boca triste. Entregué mi vida en holocausto á un amor que tú asesinaste. Fuiste perjuro. Faltaste á tu fé y á tu alma. ¿Te acuerdas? Cruzaste ante mi cadáver llevando al lecho de esposo vendido un cuerpo viejo y sin savia. El amor y la compasión habían huido de tí al batir sonoro de los treinta dineros.

Y la voz implacable continuó así: per-