El chiquillo arroja tambien agudos gritos en compás con su madre; y ésta, arrebatándole en sus brazos, le lanza en el aire, le recoge al caer, vuélvele á lanzar como una bala, vuélvele á recoger.....
Ni la noble dama, ni sus hijas, ni las sirvientas, que presencian aquella escena, mudas de espanto, comprenden el estribillo de la canción gitana:
Corajay diquelo abillar,
Ta ne asislo chapescar, chapescar.
(Al moro veo venir,
Pero no acierto á huir, huir.)
—Vuestras manos, vuestras manos, que á todas os diga la buenaventura,—añade la gitana en lenguaje comprensible.
Y la noble dama, y las lindas hijas, y las curiosas sirvientas, aunque aterradas y con supersticioso temblor, alargan todas á una las palmas de sus manos.....
Tal era la gitana en los tiempos de Fernando y de Isabel, los Reyes Católicos; y en ese relato nada hemos inventado nosotros; así lo han trasmitido los contemporáneos de entónces.
Al aparecer en Europa, algo de extraño y sorprendente
deberia haber en aquellos primitivos gitanos;
y al decir primitivos, entendemos, no los seudo-penitentes
de pelo crespo y fea catadura de que habla
Pasquier, sino los de lacio cabello, hombres esbeltos,
mujeres agraciadas y de brillantes ojos cuando la
miseria y las penalidades no destruyen su complexion,
cuyo tipo ha venido conservándose hasta nuestros
días.