Lo mismo decimos respecto de los diputados filipinos.
¿Qué peligros ve en ellos el Gobierno? Una de tres cosas: ó salen revoltosos, pasteleros, ó salen como deben ser.
Suponiendo que cayésemos en el pesimismo más absurdo y admitiésemos el insulto, grande para Filipinas, pero mayor aún para España, de que todos los diputados fuesen separatistas, y de que en todas sus proposiciones mantuviesen ideas filibusteras, ¿no está allí la mayoría, española y patriota, no está allí la clarividencia de los gobernantes para oponerse á sus fines y combatirlos? ¿Y no valdría esto más que el descontento que fermenta y cunde en el secreto del hogar, en las cabañas y en los campos? Cierto que el pueblo español no escatima nunca su sangre cuando de patriotismo se trata; pero ¿no seria más preferible la lucha de los principios en el Parlamento, que el cambio de balas en terrenos pantanosos, á 3.000 leguas de la patria, entre bosques impenetrables, bajo un ardiente sol ó entre lluvias torrenciales? Esas luchas pacíficas de las ideas, además de ser un termómetro para el Gobierno, tienen la ventaja de ser más baratas y gloriosas, porque el Parlamento español abunda precisamente en paladines de la palabra, invencibles en el terreno de los discursos. Además, dicen que los filipinos son indolentes y pacatos; ¿qué, pues, puede temer el Gobierno? ¿No