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Naturaleza toda gime; el viento
En la arboleda, el pájaro en el nido,
Y la oveja en su trémulo balido,
Y el arroyuelo en su correr fugaz.

El día es para el mal y los afanes:
¡He aquí la noche plácida y serena!
El hombre tras la cuita y la faena
Quiere descanso y oración y paz.

Sonó en la torre la señal: los niños
Conversan con espíritus alados;
Y los ojos al cielo levantados,
Invocan de rodillas al Señor.

Las manos juntas, y los pies desnudos,
Fe en el pecho, alegría en el semblante,
Con una misma voz, á un mismo instante,
Al padre Universal piden amor.

Y luego dormirán; y en leda tropa
Sobre su cama volarán ensueños,
Ensueños de oro, diáfanos, risueños,
Visiones que imitar no osó el pincel.

Y ya sobre la tersa frente posan,
Ya beben el aliento á las bermejas
Bocas, como lo chupa las abejas
Á la fresca azucena y al clavel.

Como para dormirse, bajo el ala
Esconde su cabeza la avecilla,
Ya la niñez en su oración sencilla
Adormece su mente virginal.

¡Oh dulce devoción, que reza y rie!
¡De natural piedad primer aviso!
¡Fragancia de la flor del paraíso!
¡Preludio del concierto celestial!


II


Ve á rezar, hija. Y ante todo
Ruega á Dios por tu madre; por aquella
Que te dió el ser, y la mitad más bella
De su existencia ha vinculado en él.

Que en su seno hospedó tu joven alma,
De una llama celeste desprendida;
Y haciendo dos porciones de la vida,
Tomó el acíbar y te dió la miel.