habérselas. Desconfiando de Artigas, no le negó un refugio en la tierra paraguaya, pero puso condiciones á la hospitalidad que se le concedía: le señaló por residencia un lugar remoto, Cumquatí, donde Artigas estuvo confinado y sin poder salir de la demarcación.
» En Cumquatí vivió más de veinticinco años, dedicado exclusivamente á la labranza é ignorando por completo lo que sucedía en su patria, pues sólo de tarde en tarde llegaban hasta él los apagados ecos, los rumores vagos de las luchas y de los sucesos que se desarrollaban del ancho Plata en una y otra orilla.
» Muerto Francia, el dictador López (padre) que le sucedió en el gobierno y en el despotismo, permitió que Artigas se acercara á la Asunción; en efecto, en 1845 vivía á una legua de la capital, en la chacra de Ibiraí. Allí feneció en 1850, á los noventa años de edad y treintitrés de ostracismo, olvidado ya de todo el mundo y en la mayor pobreza. »
Debemos añadir que algunos años más tarde se trató en Montevideo de rehabilitar la memoria del célebre caudillo; el gobierno mismo le decretó honores postumos, declarando que Artigas había merecido bien de la patria y que tenía derecho á que su fama fuese entregado á la piedad de la Historia. Con tal motivo se han dado á luz en Buenos Aires, en Gualeguaichú y en Montevideo mismo, numerosos libros, folletos, opúsculos y hojas destinados á denigrar la memoria del singular Artigas. Los autores han demostrado sin duda notables dotes de críticos y de literatos, mucha erudición, horror al crimen... Pero no han destruido la creciente popularidad que acompaña á la memoria del héroe.
En el Uruguay no se olvidará el nombre de Artigas.
Cuando un hombre rudo é ignorante, que cometió faltas graves, que persistió en sus errores, que tuvo debilidades y llegó hasta tolerar el crimen, deja un nombre popular y muchos admiradores, es que indudablemente prestó grandes y señalados servicios. La posteridad pronunciará su juicio definitivo acerca de tal hombre, que se halla todavía demasiado cerca de nosotros para permitirnos la fría imparcialidad. Las crueldades y los asesinatos merecen agria censura; mas los servicios pueden ser tan grandes que la figura descuelle y