pues se han hecho otras muchas en Barcelona, Madrid, París, Nueva York, etc., como también numerosos juicios críticos en diversidad de lenguas.
El célebre Villemain [1], hablando del poeta José María de Heredia y de sus poesías, escribe lo siguiente:
« El niño que debía ilustrar el nombre de Heredia, era endeble y enfermizo; pero el vigor y la energía de su alma se imponen á su cuerpo. Estudiando las lenguas griega y latina, y los filósofos franceses, Homero y Raynal, bien pronto se siente poeta. Conducido á Caracas, donde su padre fué nombrado presidente de la Audiencia Real, respirando el aire de la primera república proclamada en Venezuela, no sueña más que volar al combate y empuñar la trompa de Tirteo. Con esta esperanza vuelve á Cuba en 1824, y trata inútilmente de conjurar á sus compatriotas: y perseguido por el Gobierno español, se ve precisado á marchar á la América del Norte, donde encuentra triunfante toda la libertad que había soñado. » Hasta aquí Heredia no había hablado en sus cantos más que de los sufrimientos morales de su vida sin gloria y sin amor. Visita la catarata del Niágara y entonces muestra todo el poder de su genio y exclama :
Templad mi lira, dádmela, que siento
En mi alma estremecida y agitada
Arder la inspiración. ¡Oh! ¡Cuánto tiempo
En tinieblas pasó, sin que mi frente
Brillase con su luz!... Niágara undoso,
Tu sublime terror sólo podría
Tornarme el don divino, que ensañada
Me robó del dolor la mano impía.
Torrente prodigioso, calma, acalla,
Tu trueno aterrador : disipa un tanto
Las tinieblas que en torno te circundan,
Déjame contemplar tu faz serena
Y de entusiasmo ardiente mi alma llena.
Yo digno soy de contemplarte: siempre
Lo común y mezquino desdeñando,
Ansié por lo terrífico y sublime.
- ↑ Essais sur le génie de Pindare et sur la poésie lyrique dans ses rapports avec l'élévation morale et religieuse des peuples, par M. Villemain, membre de l'Institut. — 1859.