Tal es el nombre de una de las mayores celebridades científicas de América.
He dicho de las mayores, aunque en realidad sólo debiera decir de las mejor fundadas y de las más legítimas; pues si bien su fama ha sido tan grande como justificada y merecida, hoy se va desvaneciendo y las nuevas generaciones parecen olvidarla.
Nació Rivero á fines del siglo XVIII en una de las ciudades más bellas é importantes del Perú: en Arequipa.
Su padre, coronel de milicias y persona inteligente, procuró darle toda la enseñanza que entonces era posible en una ciudad del interior del Perú, lo cual quiere decir que el niño aprendió primeras letras y un poco de latín. Pero sus disposiciones, claramente reveladas en la primera enseñanza, y el afán que tenía por aprender, decidieron á su padre á enviarle á Europa cuando contaba apenas doce años.
Recibió, pues, la segunda enseñanza en un colegio de Londres, dedicándose á la vez al estudio de las lenguas vivas. El director del colegio era un distinguido matemático, el doctor Dowling, quien pronto echó de ver la afición de Rivero á las ciencias físicas y matemáticas, otorgándole por consecuencia su predilección y su cariño. El joven Rivero correspondió al afecto que se le demostraba, redoblando su aplicación y trabajando con celo y con provecho. Así llegó á ser el alumno más notable del establecimiento, el discípulo más aventajado, encargándole su director y maestros del