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Como se ve, no puede ser más lisonjero el juicio de persona tan autorizada como el ínclito autor de Los amantes de Teruel.

Con más cariño si cabe y con más sentida admiración le juzga Roque Barcia en su Diccionario etimológico.

Muchos escritores y críticos de Méjico y de España le han consagrado artículos y libros, conviniendo todos en el mérito de su teatro.

Luis Eguílaz ha escrito un drama intitulado Alarcón, uno de los mejores que él ha escrito, en el cual figura como protagonista nuestro insigne poeta mejicano.

Pudo Alarcón, sin duda, quejarse de la injusticia de sus contemporáneos; pero la posteridad le ha concedido un desagravio completo. No fué popular en vida, pero pocos lo han sido tanto ni por tanto tiempo cuando ya no existen. Los palaciegos que se mofaban indignamente de sus deformidades meramente físicas, han desaparecido con todas sus bellezas, con todas sus gallardías, con todas sus elegancias, no dejando ni sus nombres, y sí solo el recuerdo de sus deformidades morales. En cambio han dejado de existir y nadie ve las jorobas del contrahecho y mal formado autor de tantas comedias admirables, pero quedan los frutos de su ingenio, se conservan las bellezas de su noble alma, fielmente reproducidas en los hermosos versos que han hecho imperecedero su preclaro nombre.

Las obras de Alarcón han sido coleccionadas por Hartzenbusch para la Biblioteca de Autores españoles de Rivadeneira, y publicadas en el tomo XX de la misma.

El coleccionador y el editor han merecido bien de la literatura castellana.

Sólo falta una estatua que todavía no tiene el autor de La verdad sospechosa, que es de justicia y que se la deben los mejicanos ó los españoles.