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mayoría, lo nombrase Gobernador con poderes dictatoriales, Tal sucedió el 17 de abril de 1830, con el consiguiente escándalo político.

Desvanecidas sus esperanzas de llegar a la presidencia de la República recién creada, puesto que ocupó el general Rivera, por elección, el 24 de octubre de 1830, el héroe de Sarandí no atinó a tomar posición de buen perdedor conforme a las leyes de la democracia, poco familiares en aquellos tiempos, desde luego.

El máximo favor de los dioses, “morir a tiempo”, no le fué concedido precisamente al jefe de los Treinta y Tres. ¡Qué hermosa carrera la suya, de haber terminado en Ituzaingó, en una arrolladora carga al frente de sus soldados, como Brandzen! en cambio casi 30 años más, toda una vida, que no agrega meda a la gloria de los veinte años bien servidos de su actuación anterior, vida en la cual, por otra parte, se han resistido a ahondar casi siempre sus biógrafos.

Pronunciado contra el orden institucional en julio de 1832, ganó la prioridad de rebelde a los poderes constituídos de su patria y fué derrotado y obligado a refugiarse en el Brasil. En 1834 reincide en su actitud, invadiendo la República con el auxilio de un gobierno extranjero enemigo del país, para finalizar de igual manera que antes.

El valeroso guerrero había caído en esa época dentro de la órbita de influencia funesta del gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, que lo manejaba, que le proporcionó o le prometió elementos bélicos para sus desgraciadas expediciones y se encargó de seguir alimentando sus esperanzas de revancha.

Rosas se valió de él, que seguía emigrado en la Argentina, en la primera época de la presidencia de Oribe — 1833 - 38 — usándolo como elemento de amenaza contra éste.

Sin embargo, cuando el general Rivera alzó pendón de guerra contra el gobierno de Oribe, a mediados del año 36, su actitud tuvo una completa variante y vino a ofrecer su espada a Oribe, desembarcando en Colonia el 1º de agosto de 1836 al frente de un centenar de hombres, cuya reunión le facilitaron las autoridades del gobernador de Buenos Aires.

Venía Lavalleja transformado en un entusiasta hombre de Rosas, según los términos del manifiesto que dió al país en esos momentos, y así lo expresa el doctor Eduardo Acevedo.

Fué restablecido en su grado del mal, del que había sido radiado y compartió con el general Ignacio Oribe los laureles de Carpintería, el 19 de setiembre de 1836, y la responsabilidad de la derrota de Palmar, el 15 de junio de 1833.

En octubre de 1838, cuando el presidente Oribe renunció el poder, Lavalleja, previa entrega a los riveristas de la plaza de Paysandú, cuya defensa le estaba confiada, se fué otra vez a la República Argentina para ponerse a servicio directo del tirano Rosas, y solo tornó a la patria

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