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Revolución Tricolor en los últimos meses del año 73 le ganaron mucho prestigio, pero rehusó el generalato que le brindaron las cámaras, disimulando hábilmente sus ambiciones en espera del momento, que llegó el 10 de marzo de 1876.

Fugitivo Varela bajo la insoportable presión de su ministro, y en vista de lo que llamó renuncia voluntaria del presidente y de la consiguiente disolución de la Asamblea, Latorre asumió la suma del poder público con el título de Gobernador Provisorio.

En un manifiesto dado al país el mismo día, luego de pintar el panorama político y financiero de la nación con los colores más tétricos, y declarando que no obstante ser individualmente colorado, se haría un honor en prescindir absolutamente de todo favoritismo partidista, contando como contaba con el ejército que respondía por su voz, empeñó palabra de que aseguraría la paz y que respondía de hacer un gobierno honrado y decente.

Decir de la manera como cumplió ese programa, estudiado a través de sus actos políticos y administrativos, correspondería al estudio global de su gobierno, debiendo por eso constar en esta ficha nada más que unas pocas líneas de síntesis.

Gobernó fuera de los partidos según su promesa, pero teniendo como respaldo fracciones del Partido Nacionalista y del Partido Colorado, juntamente con todas las clases conservadoras y el apoyo decidido de los católicos y de la iglesia. En permanente lucha con la pésima situación hacendística, ante el fracaso de los financistas que llamó a su lado, quiso poner en práctica medidas drásticas que le dictaba su ignorante simplismo, obteniendo con ellas, desde luego, resultados contraproducentes. Conservó la paz merced a los batallones con el rémington al brazo y a una serie de eliminaciones por vía ejecutiva, principalmente de militares, en que dejaron la vida entre otros, Hipólito Coronado, Lucas Bergara, Felipe Fresnedoso, Carlos Soto y Bernabé Ledesma, ya en forma misteriosa, ya ostensiblemente ultimados en las calles como Eduardo Bertran.

Para “hacer la campaña habitable”, instituyó un régimen de represión por la tremenda aplicando la “ley de fugas” a elementos maleantes o peligrosos que cayeron en manos de una policía arbitraria y despiadada. Esta limpieza de las zonas rurales entonces a merced de toda especie de bandoleros, hizo que el Gobernador ganase popularidad entre la pacífica población, especialmente entre los hacendados y terratenientes ricos de campaña.

Inculto, con repulsión instintiva a los libros, enemigo de los “ideólogos”, deshonró las alturas del gobierno rodeado de un séquito de amigos donde no se excluían los bufones, con cuyas chanzas groseras y chabacanas procacidades se divertía.

Frente a esta exposición, hay que colocar ahora, el ordenamiento que

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