Aparicio, llegando el ministro a trasladarse a Buenos Aires en misión especial. Sus esfuerzos cristalizaron al fin en el proyecto de paz del 10 de febrero del 72, que si bien no se formalizó por la oposición de las fracciones exaltadas, fué con poca variante el mismo traducido en hechos en la Paz de Abril.
Miembro del Consejo Consultivo instituído a fines del año 77 por el dictador Latorre, para que proyectase la ley de elecciones que más tarde debía rechazar, el Dr, Herrera y Obes declaró que aceptaba la dictadura como un hecho, la cual había salvado el principio de autoridad y afianzado el orden en campaña. El general Máximo Santos, presidente de la República el 1° de marzo de 1882, le ofreció el Ministerio de Relaciones Exteriores apenas recibido del mando; pero el anciano estadista, vacilando ante la perspectiva de unir su nombre a un gobierno de Orígenes oscuros, rehusó la oferta por razones personales. Santos, en una carta muy expresiva, le hizo presente que las circunstancias de esa índole debían subordinarse a los intereses del país, para concluir con estas palabras: “No acepto sus excusas y recordando el proceder de Vd, en otras épocas de igual, sino de más gravedad, mando tirar el decreto de nombramiento.” Y salió el decreto que lleva fecha 6 de marzo de 1882. La acción del Dr, Herrera y Obes en la cancillería fué de una eficacia trascendental y a su energía, a su tacto y a su talento tendrá que atribuirse siempre la satisfactoria solución para la República de las cuestiones delicadas y graves que estaban pendientes a la hora de su llegada a la cancillería, como la de Paso Hondo por parte del Brasil; la de Sánchez Caballero por parte de España y la de Volpe y Patrone por Italia.
Los documentos publicados hasta ahora o reservados aún en cierta medida, certifican la solidez de las argumentaciones y la inquebrantable firmeza con que negoció con el pretencioso ministro español Llorente y Vázquez y del tino con que ante la diplomacia sesgada de Alençar, consiguió que el Imperio entrara en razones, pese al ministro de Cabo Frío y — preciso es decirlo también — con defraude de las esperanzas de una parte de la prensa nacional, deseosa de explotar en contra del gobierno de Santos el fracaso y quien sabe si la humillación de nuestra cancillería. Hubo en su Ministerio, prolongado hasta el fín de la administración santista, un breve paréntesis abierto con su renuncia del 11 de octubre del 82, cuando la Asamblea General lo eligió miembro del Superior Tribunal de Justicia; pero fué sólo para dar solución de emergencia al conflicto que había surgido entre dos altos poderes del Estado y hallada la solución volvió el Dr. Herrera y Obes a su antiguo puesto,
Senador por Colonia en 1887, vino a fallecer tras una corta dolencia en la noche del 16 de setiembre de 1890, en días en que su hijo el doc-