Durante el gobierno de Bernardo Berro, al estallar el movimiento insurreccional encabezado por el general Venancio Flores, se le nombró general en jefe de uno de los ejércitos del Sur, reservándose el otro para el general Medina. Poco envidiable fué la iniciación del viejo general y el primer triunfo de Flores lo obtuvo sobre su vanguardia que mandaba el coronel Bernardino Oli, en campos de Coquimbo, el 2 de junio de 1863.
Injusto sería atribuir — como algunos han querido — a la inercia de Gómez esta victoria florista, que Olid facilitó por su carácter díscolo y su apresuramiento, deseoso de lograr personalmente una victoria “para el Presidente que había hecho”...
Reunido su ejército al de Medina, Flores sufrió una terrible persecución de 30 leguas, pero en medio de la marcha hacia la victoria, Berro — sospechando vanamente de Medina — lo sacó del mando para confiar la dirección a Servando Gómez como general en jefe del ejército de .operaciones, en el mes de enero de 1864.
La revolución había obtenido un triunfo por eso no más. Un general caduco y embotado venía a sustituir a un general infatigable y decidido, Casi en seguida fracasó Gómez en las operaciones emprendidas en el departamento de Paysandú y tampoco tuvo éxito en la persecución que intentó rumbo a Minas.
Contrariado por estas cosas hizo renuncia del comando fundado en motivos de salud y el gobierno puso el ejército bajo las órdenes del general Lucas Moreno el 9 de marzo de 1864.
No valía mucho más el uno que el otro a eses horas, Pero tampoco el cambio duraría mucho: el 9 de agosto se aceptó la renuncia de Moreno, incapaz de socorrer a los sitiados de Florida y se le sometió a un consejo de guerra.
Servando Gómez recuperó entonces su antiguo mando y en esta su segunda etapa, su vanguardia sorprendió y derrotó al coronel colorado revolucionario Enrique Castro en la horqueta del arroyo Don Esteban, el 17 de octubre, Pero Flores se le volvió a escapar de entre las manos al mes siguiente cuando parecía que lo obligaría a presentar batalla.
El gobierno blanco, sin saber de qué jefe valerse, había incorporado al ejército nacional a un general argentino, Juan Sáa, en nada superior a cualquiera de los uruguayos y le confió el mando del ejército de reserva el 28 de agosto.
Despechado, Servando Gómez se vino a Montevideo donde reinaba la más completa anarquía y los elementos más exaltados eran dueños de la situación.
Próxima ya la ruina de su partido, tuvo del presidente Aguirre el nombramiento de miembro del Consejo Militar de Defensa el 17 de enero de 1885 y pocos días después, el de jefe del primer cuerpo de ejército encargado de la defensa de la capital.
No fué necesario llegar a ese tran-