lo recibió prodigándole finos elogios en su diario, pero ni en ese momento ni después le confirió mando militar de clase alguna.
El gobierno de Montevideo, por su parte, respondió a tan extraño cambio de frente con el decreto fulminatorio de 27 de octubre de 1849 que lo separa ignominiosamente de los cuadros del ejército.
Desde entonces se puede afirmar que el coronel Baez se sobrevive a sí mismo, rechazado por sus antiguos compañeros colorados como un tránsfuga y un desconocido en las filas oribistas donde se veía ahora sin alcanzar a explicarse bien el por qué...
Así debió reconocerlo el propio coronel despechado y apenado cuando en 1851 quiso vanamente levantar fuerzas para oponerlas a Urquiza, que después de abrazar la causa de la libertad cruzaba el Uruguay a destruir el ejército de Oribe.
Más tarde, en 1853, cuando la reacción oribista contra el gobierno del Triunvirato, apenas pudo reunir un puñado de hombres, Perseguido por las fuerzas del comandante Domingo García, que lo acuchillaron literalmente rumbo hacia el Paso de Paredes en el río San Salvador, el 24 de diciembre fué muerto a lanza en los brazos del oficial enemigo Juan Pío Suárez, que había expuesto generosamente su vida por salvarlo.
Puede verse: J. M, Fernández Saldaña. “Un paraguayo al servicio del Uruguay, coronel Bernardino Baez”. “La Prensa”, Buenos Aires. Suplemento, 17 de marzo de 1940.
BAEZ, JACINTO
Conocido por Pintos Baez. Jefe de Milicias, nacido en Colonia en 1833 y afiliado al Partido Blanco, que alcanzó prestigio entre sus correligionarios políticos de los departamentos del sudoeste de la República y que en la revolución del coronel Timoteo Aparicio, después de la batalla de Manantiales, tuvo el mando de una división de caballería compuesta por gente de San José, Soriano y Colonia.
Era llamado generalmente Pintos Baez y hasta la guerra civil de 1870-72 permaneció poco menos que desconocido como hombre de armas, aunque gozaba reputación de levantisco y, en 1868, había dado que hacer a la justicia con motivo de un suceso de sangre ocurrido en los pagos de Cagancha.
Su bizarra vestimenta de colores vivos, grueso, antes bajo que alto, su melena larga, sus modales acriollados y su destreza en el manejo de la lanza, popularizaron al comandante Pintos Baez en las filas del ejército revolucionario y él por su parte procuró responder y respondió: a la confianza de Aparicio en el último período de la lucha que fué el de su máxima y activa actuación.
Pacificado el país merced al convenio de abril de 1872, Pintos Baez comenzó a posar en caudillo de paz, pero obstaba a los excelentes planes su reputación de paisano difícil de llevar, receloso y en pique con “la autoridad”.
En esta disposición de ánimo, en