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a prender y desterrar a Rivera, que estaba en negociaciones con Oribe para llegar a un avenimiento entre ellos prescindiendo del gobierno legítimo de Montevideo.

El 22 de mayo de 1848 se le confió la Jefatura de Policía de la Capital “mientras dure el estado de sitio” y “con retención” de sus empleos en el ejército. Permaneció en ejercicio de su puesto hasta el 26 de junio, fecha en que vuelve al frente de su unidad al mismo tiempo que era nombrado Comandante de Vanguardia.

Promovido a coronel efectivo de Guardias Nacionales el 13 de diciembre de 1848 con antigüedad de 16 de febrero del 46, una vez concertada la paz de octubre de 1851, se le encarga con fecha 12 de diciembre la organización de la Guardia Nacional de caballería de la capital, y el 13 de febrero del año siguiente se le confiere el empleo de coronel efectivo de caballería.

Creados por decretos de 4 de agosto de 1852 cuatro escuadrones de caballería de línea, el coronel Tajes tuvo el mando del N° 1 y al producirse los sucesos que subsiguieron al derrocamiento del presidente Giró, se pusieron a sus órdenes todas las fuerzas de caballería que pudiera organizar en la capital.

El 16 de mayo de 1854 cesa en el mando del escuadrón Nº 1.

En la presidencia de Pereira fué nombrado jefe de la Guardia Nacional de Extramuros en noviembre de 1856. Acompañó a la revolución de diciembre de 1857 sin mayor entusiasmo, pero sin vacilar, pues tenía dada su palabra al general César Díaz.

Por esa época, fuera de servicio activo, trabajaba tropeando para el saladero de Lafone, donde — coincidencia curiosa — vinieron a desembarcar sus compañeros de la goleta “Maipú”, procedentes de Buenos Aires.

Prisionero en el Paso de Quinteros bajo la fe de una capitulación ajustada con el general Anacleto Medina, el gobierno de Pereira, desconociendo el pacto que garantizaba la palabra de su general en jefe, ordenó la inmediata ejecución de los vencidos.

En camino hacia el Durazno, el 1° de febrero de 1858, cuando se le intimó que entregara las armas y mudara de caballo, con la exacta visión de lo que se preparaba, el coronel Tajes hizo, con clara y entera voz, su testamento castrense ante cinco oficiales que lo custodiaban, cuyas declaraciones constan protocolarizadas. Desprendióse de su reloj y alguna otra prenda un momento se disparó un tiro de pistola debajo de la barba, pero la defectuosa carga del proyectil sólo pudo malherirlo. La segunda bala de la pistola Lafouchet, dirigida al pecho, desviada sobre las costillas, le atravesó el pulmón derecho con orificio de salida por la espalda.

La tarea de los ejecutores hubo de reducirse entonces a despenar a

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