pel público del departamento, redactado por el escritor español Dr. Manuel Rogelio Tristany, y aparecido en 1868.
Igualmente se constituyó en la Villa la comisión que llevó a cabo la mejora benéfica del Hospital.
Su celo por la instrucción popular tuvo oportunidad de demostrarlo cuando hizo construir y mantuvo la escuela de El Paraíso para que sirviese al personal de su estancia y vecindario circundante, dotándola de una renta fija que se haría efectiva hasta 10 años después de su muerte.
Senador por Durazno en 1868 al reconstituirse el poder legislativo, diputado en la 10ª legislatura, electo por Tacuarembó en 1873, los sucesos políticos de 1875 interrumpieron su mandato.
Volvió al parlamento como senador por la misma jurisdicción en 1879 y en 1885 fué electo representante por la capital.
Falleció este meritorio ciudadano en Montevideo, el 6 de mayo de 1886 y al poco tiempo, conforme a su voluntad, se dió a la prensa su testamento otorgado dos días antes de morir “para conocimiento de los interesados” pues eran muchos los agraciados y legatarios. Ese testamento rebosante de generosidad y de recuerdo, en el que no olvidó a su pueblo natal, ni a los más humildes de sus allegados y gentes fieles, aparece transcrito por el laborioso historiógrafo Carlos Seijo en su documentado libro “Carolinos ilustres, patriotas y beneméritos”.
REYLES, CARLOS (hijo)
Hombre de letras que conquistó y tiene un sitio de primera fila entre los novelistas nacionales.
Hijo de un hacendado del mismo nombre y de María Gutiérrez, nació en Montevideo el 30 de octubre de 1868. No tuvo estudios universitarios y muy joven aún, a los diecisiete años, quedó huérfano y en posesión — como único heredero — de una inmensa fortuna, pues dos hermanos nacidos respectivamente en 1870 y en 1872, no existían entonces.
Con manifiestas inclinaciones literarias, pero obediente a lo que sabía íntimos deseos de su finado padre, se dispuso a continuar la trascendental y vigorosa obra ruralista de éste y firme en su propósito, tomó la dirección del gran establecimiento ganadero de El Paraíso, para seguir desde allí la marcha compleja de los negocios y hacerse poco a paco un verdadero especialista en zootecnia y cuestiones agropecuarias.
Desde mayo de 1887 había tomado estado con Antonia Hierro, prestigiosa artista lírica madrileña, que fué la madre dedicada de sus hijos.
Pero Reyles, poseedor de capacidad suficiente para hermanar a las actividades de hacendado rico sus íntimas aficiones aparentemente diametrales, logró “establecer el vinculo intimo entre su intelectualidad y su condición de cabañero, cosa que hasta entonces no se había visto ni parecía posible”.