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tes recitó el himno a los Treinta y Tres, en las fiestas alborozadas de la Jura.

Primera actriz oriental, primera en el Río de la Plata y primera en Sud América la llamaron sus contemporáneos, quizás con alguna exageración, pero es incuestionable que tuvo un fuerte temperamento de artista, al que se hermanaba la posesión acabada de los recursos teatrales.

Retirada de las tablas, viuda y poligenaría, los últimos años de la prestigiosa actriz, a quien Lauro Ayestarán no vacila en calificar de figura consular de nuestro teatro, fueron amargados por la pobreza y la falta de salud, viniendo a fallecer en Montevideo, cumplidos ya los ochenta años, el 9 de setiembre de 1858.


QUIROGA, HORACIO Silvestre

Literato a quien la crítica ha consagrado como uno de los más vigorosos cuentistas que hayan escrito español, y el primero entre los rioplatenses.

Nació en la ciudad de Salto el 31 de Diciembre de 1878, hijo de Prudencio Quiroga, argentino, y de Pastora Forteza, salteña. Sus estudios se repartieron entre la ciudad natal y Montevideo, pero nunca fueron disciplinados, ni aprobó más de unas pocas materias de bachillerato.

Con honda inclinación por las letras, hizo muchas y variadas lecturas y siendo todavía casi un muchacho sacó a luz “La revista del Salto”, semanario donde ya aparece de manifiesto un temperamento.

Después de realizar un viaje a París, corto y lleno de azares, fijó residencia en Montevideo, para convertirse en figura de un grupo que se podía llamar de izquierda entre los innovadores novecentistas, que llevaron el denominador común de decadentes, y en esa orienta dió a la imprenta su primer libro, “Arrecifes de Coral”, prosa y versos, en 1901.

Al año siguiente se fué a vivir a Buenos Aires y a fines de 1903 acompañó a Leopoldo Lugones cuando éste marchó a las Misiones antes de escribir su “Imperio Jesuítico”. Vino del viaje enamorado de aquellas regiones semi-desconocidas y lleno de entusiasmo por las exploraciones de la selva y la explotación de sus riquezas, dispuesto a transformarse en plantador y en colono.

Fracasó en sus sueños, dejando enterrado en las chacras de San Ignacio lo último de su hacienda, pero trajo en cambio todo lo que en el seno de la naturaleza bravía acumuló en fuerza de impresión, de observaciones y de panoramas, que le valdrían mucha mayor fortuna, como elementos básicos y originales de su carrera literaria.

En 1917, sus Cuentos de Amor, de Locura y de Muerte, significaron un gran éxito y a este siguieron en 1919 sus admirables cuentos de la selva para los niños. Después apareció reunida bajo diversos títulos, la lar-

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