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se le habían ocurrido ahora, bajo estas ramas. Después me hizo señas para que fuera al pie de la escalera. Esa noche no encendí la luz de mi cuarto, y al tantear los muebles tuve el recuerdo de otra noche en que me había emborrachado ligeramente con una bebida que tomaba por primera vez. Ahora tardé en desvestirme. Des¬ pués me encontré con los ojos fijos en el tul del mosqui¬ tero y me vinieron de nuevo las palabras que se habían desprendido del cuerpo de la señora Margarita. En el mismo instante del relato no sólo me di cuenta que ella pertenecía al marido, sino que yo había pensado demasiado en ella; y a veces, de una manera culpable. En¬ tonces, parecía que fuera yo el que escondía los pensa¬ mientos entre las plantas. Pero desde el momento en que la señora Margarita empezó a hablar sentí una angustia como si su cuerpo se hundiera en un agua que me arrastra¬ ba a mí también; mis pensamientos culpables aparecieron de una manera fugaz y con la idea de que no había tiem¬ po ni valía la pena pensar en ellos; y a medida que el relato avanzaba el agua se iba presentando como el es¬ píritu de una religión que nos sorprendiera en formas diferentes, y los pecados, en esa agua, tenían otro sentido y no importaba tanto su significado. El sentimiento de una religión del agua era cada vez más fuerte. Aunque la señora Margarita y yo éramos los únicos fieles de carne y hueso, los recuerdos de agua que yo recibía en mi propia vida, en las intermitencias del relato, también me pare¬ cían fieles de esa religión; llegaban con lentitud, como si hubieran emprendido el viaje desde hacía mucho tiempo y apenas cometido un gran pecado. De pronto me di cuenta que de mi propia alma me nacía otra nueva y que yo seguiría a la señora Margarita no sólo en el agua, sino también en la idea de su marido. Y cuando ella terminó de hablar y yo subía la escalera 252