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A la mañana siguiente, al ver el agua distraída, entre mujeres que hablaban en voz alta, tuvo miedo de haber sido engañada por el silencio de la noche y pensó que el agua no le daría ningún aviso ni la comunicaría con nadie. Pero escuchó con atención lo que decían las mujeres y se dio cuenta de que ellas empleaban sus voces en palabras tontas, que el agua no tenía culpa de que se las echaran encima como si fueran papeles sucios y que no se dejarían engañar por la luz del día. Sin embargo, salió a caminar, vio un pobre viejo con una regadera en la mano y cuando él la inclinó apareció una vaporosa pollera de agua, ha¬ ciendo murmullos como si fuera movida por pasos. En¬ tonces, conmovida, pensó: "No, no debo abandonar el agua; por algo ella insiste como una niña que no puede explicarse.” Esa noche no fue a la fuente porque tenía un gran dolor de cabeza y decidió tomar una pastilla para aliviarse. Y en el momento de ver el agua entre el vidrio del vaso y la poca luz de la penumbra, se imaginó que la misma agua se había ingeniado para acercarse y poner un secreto en los labios que iban a beber. Entonces la señora Margarita se dijo: "No, esto es muy serio; alguien pre¬ fiere la noche para traer el agua a mi alma.” Al amanecer fue a ver a solas el agua de la fuente para observar minuciosamente lo que había entre el agua y ella. Apenas puso sus ojos sobre el agua se dio cuenta que por su mirada descendía un pensamiento. (Aquí la señora Margarita dijo estas mismas palabras: "un pensa¬ miento que ahora no importa nombrar”, y, después de una larga carraspera, "un pensamiento confuso y como deshecho de tanto estrujarlo.) Se empezó a hundir, lenta¬ mente y lo dejé reposar. De él nacieron reflexiones que mis miradas extrajeron del agua y me llenaron los ojos y el alma. Entonces supe, por primera vez, que hay que cultivar los recuerdos en el agua, que el agua elabora lo que en ella se refleja y que recibe el pensamiento. En caso 249