mucho. Apenas había corrido la cortina vio una muñeca de luto sentada al pie de una escalinata que parecía el atrio de una iglesia; miraba hacia el frente; debajo de la pollera le salía una cantidad impresionante de piernas: eran como diez o doce; y sobre cada escalón había un brazo suelto con la mano hacia arriba. "Qué brutos — de cía Horacio— ; no se trata de utilizar todas las piernas y los brazos que haya.” Sin pensar en ninguna interpretación abrió el cajoncito de las leyendas para leer el argumento: "Ésta es una viuda pobre que camina todo el día para con seguir qué comer y ha puesto manos que piden limosna como trampas para cazar monedas.” "Qué mamarracho — siguió diciendo Horacio— , esto es un jeroglífico estú pido.” Se fue a acostar, rabioso; y ya a punto de dormirse veía andar la viuda con todas las piernas como si fuera una araña. Después de este desgraciado ensayo, Horacio sintió una gran desilusión de los muchachos, de las muñecas y hasta de Eulalia. Pero a los pocos días, Facundo lo llevaba en su auto por una carretera y de pronto le dijo: — ¿Ves aquella casita de dos pisos, al borde del río? Bueno, allí vive el "tímido” con su muñeca, hermana de la tuya; como quien dice, tu cuñada. .. (Facundo le dio una palmada en una pierna y los dos se rieron.) Viene sólo al anochecer; y tiene miedo que la madre se entere. Al día siguiente, cuando el sol estaba muy alto, Hora cio fue solo, por el camino de tierra que conducía al río, a la casita del Tímido. Antes de llegar el camino pasaba per debajo de un portón cerrado y al costado de otra casi ta, más pequeña, que sería del guardabosque. Horacio golpeó las manos y salió un hombre, sin afeitar, con un sombrero roto en la cabeza y masticando algo. — ¿Qué desea? — Me han dicho que el dueño de aquella casa tiene una muñeca...
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