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fue a sentarse bajo un árbol con el libro de hule; de él se levantaban poemas que se esparcían por el paisaje como si los formaran de nuevo las copas de los árboles y movieran, lentamente, las nubes. Durante el almuerzo Pradera estu¬ vo pensativa; pero después preguntó a María: —¿Y qué piensas hacer con ese indecente? —Esperar que venga y perdonarlo. —Te desconozco, sobrina; ese hombre te ha dejado idiota y te maneja como a una de sus muñecas. María bajó los párpados con silencio de bienaventu¬ rada. Pero a la tarde vino la mujer que hacía la limpieza, trajo el diario La Noche, del día anterior, y los ojos de María rozaron un título que decía: "Las Hortensias de Facundo.” No pudo dejar de leer el suelto: "En el último piso de la tienda 'La Primavera’ se hará una gran exposi¬ ción y se dice que algunas de las muñecas que vestirán los últimos modelos serán Hortensias. Esta noticia coincide con el ingreso de Facundo, el fabricante de las famosas muñecas, a la firma comercial de dicha tienda. Vemos alarmados cómo esta nueva falsificación del pecado origi¬ nal —de la que ya hemos hablado en otras ediciones— se abre paso en nuestro mundo. He aquí uno de los vo¬ lantes de propaganda, sorprendidos en uno de nuestros principales clubes: ¿Es usted feo? No se preocupe. ¿Es usted tímido? No se preocupe. En una Hortensia tendrá usted un amor silencioso, sin riñas, sin presupuestos ago¬ biantes, sin comadronas.” María despertaba a sacudones: —¡Qué desvergüenza! El mismo nombre de nuestra... Y no supo qué agregar. Había levantado los ojos y, car¬ gándolos de rabia, apuntaba a un lugar fijo. —¡Pradera! —gritó furiosa—, ¡mira! Su tía metió las manos en la canasta de la costura y haciendo guiñadas para poder ver, buscaba los lentes. María le dijo: 218