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Domingo F. Sarmiento

taba á contribuir á la organización de la República; Bustos y López á oponerse á ella; el gobierno de San Juan se preciaba de contarlo entre sus amigos, y hombres desconocidos venían á los Llanos á saludarlo y pedirle apoyo para sostener éste ó el otro partido. Presentaba la República Argentina en aquella época un cuadro animado é interesante. Todos los intereses, todas las ideas, todas las pasiones, se habían dado cita para agitarse y meter ruido. Aquí un caudillo que no quería nada con el resto de la República: allí un pueblo que nada más pedía que salir de su aislamiento; allá un gobierno que transportaba la Europa á la América; acullá otro que odiaba hasta el nombre de civilización; en unas partes se rehabilitaba el santo tribunal de la Inquisición; en ofras se declaraba la libertad de las conciencias como el primero de los derechos del hombre; unos gritaban «federación», otros «gobierno central». Cada una de estas diversas fases tenía intereses y pasiones fuertes, invencibles en su apoyo. Yo necesito aclarar un poco este caos para mostrar el papel que tocó desempeñar á Quiroga, y la grande obra que debió realizar. Para pintar el comandante de campaña que se apodera de la ciudad y la aniquila al fin, he necesitado describir el suelo argentino, los hábitos que engendra, los caracteres que desenvuelve. Ahora para mostrar á Quiroga saliendo ya de su provincia y proclamando un principio, una idea, y llevándola á todas partes en la punta de las lanzas, necesito también trazar la carta geográfica de las ideas y de los intereses que se agitaban en las ciudades. Para este fin necesito examinar dos ciudades, en cada una de las cuales predominaban las ideas opuestas: Córdoba y Buenos Aires, tales como existian hasta 1825.

Córdoba era, no diré la ciudad más coqueta de la América, porque se ofendería de ello su gravedad española, pero sí una de las ciudades más bonitas del continente. Sita en una hondonada que forma un terreno elevado, llamado «Los Altos», se ha visto forzada á replesobre sí misma, á estrechar y reunir sus regulares edificios de ladrillo. El cielo es purísimo, el invierno sero y lónico, el verano ardiente y tormentoso. Hacia el Oriente tiene un bellísimo paseo de formas caprichosas, de un golpe de vista mágico. Consiste en un estanque de agua encuadrado en una vereda espaciosa, que sombrean san-