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Domingo F. Sarmiento

estas ideas de honor, jamás recordó la herida que Dávila le había abierto antes de morir.

DOMINGO. F. SARMIENTOAquí termina la historia de los Ocampos y Dávilas, y la de La Rioja también. Lo que sigue es la historia de Quiroga. Este día es también uno de los nefastos de las ciudades pastoras, día aciago que al fin llega. Este día corresponde en la historia de Buenos Aires al de Abril de 1835, en que su comandante de campaña, su héroe del desierto, se apodera de la ciudad.

Hay una circunstancia curiosa (1823) que no debo omitir, porque hace honor á Quiroga; en esta noche negra, que vamos á atravesar, no debe perderse la más leve lucecilla. Facundo, al entrar triunfante en La Rioja, hizo cesar los repiques de las campanas, y después de mandar dar el pésame á la viuda del general muerto, ordenó pomposas exequias para honrar sus cenizas. Nombró o hizo nombrar por gobernador á un español vulgar, un Blanco, y con el principió el nuevo orden de cosas que debía realizar el bello ideal del gobierno que había concebido; porque Quiroga en su larga carrera, en los diversos pueblos que ha conquistado jamás se ha encargado del gobierno organizado, que abandonaba siempre á otros. Momento grande y expectable para los pueblos, es siempre aquél en que una mano vigorosa se apodera de sus destinos. Las instituciones se afirman ó ceden su lugar á otras nuevas más fecundas en resultados, ó más conformes con las ideas que predominan. De aquel foco parten muchas veces los hilos que, entretejiéndose con el liempo, llegan á cambiar la tela de que se compone la historia.

No asi cuando predomina una fuerza extraña á la civilización, cuando Atila se apodera de Roma, ó Tamerlán recorre las Hanuras asiáticas: los escombros quedan, pero en vano iría después á removerlos la mano de la filosofia para buscar debajo de ellos las plantas vigorosas que na cieran con el abono nutritivo de la sangre humana. Facundo, genio bábaro, se apodera de su país; las tradiciones de gobierno desaparecen, las formas se degradan, las leyes son un juguete en manos torpes; y en medio de esta destrucción efectuada por las pisadas de los caballos, nada se sustituye, nada se establece. El desahogo, la desocupación y la incuria son el bien supremo del gaucho.