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Facundo

dida: ¡Ay de tí, ciudad! En verdad os digo que dentro de poco no quedará piedra sobre piedra».

Aldao, llegado á los Llanos y conocido el descontento de Quiroga, le ofrece cien hombres de línea para apoderarse de La Rioja, á trueque de aliarse para futuras empresas. Quiroga acepta con ardor, encaminase á la ciudad, la toma, prende å los individuos del gobierno, les manda confesores y orden de prepararse para morir.

¿Qué objeto tiene para él esta revolución? Ninguno; se ha sentido con fuerza, ha estirado los brazos y ha derrocado la ciudad» Es culpa suya?

FACUNDO Los antiguos patriotas chilenos no han olvidado, sin duda, las proezas del sargento Araya, de «Granaderos á caballo, porque entre aquellos veteranos la aureola de la gloria solía descender hasta el simple soldado. Contábame el presbítero Meneses, cura que fué de Los Andes, que después de la derrota de Cancha Rayada, el sargento Araya ibá encaminándose á Mendoza con siete granaderos.

Ibaseles el alma á los patriotas de ver alejarse y repasar los Andes á los soldados más valientes del ejército, mientras que Las Heras tenía todavía un tercio bajo sus órdenes, dispuestos á hacer frente a los españoles. Tratábase de detener al sargento Araya, pero una dificultad ocurría. ¿Quién se le acercaba? Una partida de sesenta hombres de milicias estaba á la mano; pero todos los soldados sabían que el prófugo era el sargento Araya, y habrían preferido mil veces atacar á los españoles que á este león de los granaderos; don José María Meneses, entonces, se adelanta solo y desarmado, alcanza á Araya, le ataja el paso, le reconviene, le recuerda sus glorias pasadas y la vergüenza de una fuga sin motivo; Araya se deja conmover y no opone resistencia á las súplicas y órdenes de su buen paisano; se entusiasma en seguida, y corre á detener otros grupos de granaderos que le precedían en la fuga, y gracias a su diligencia y reputación, vuelve á incorporarse en el ejército con sesenta compafieros de armas, que se la varon en Maipú de la mancha momentánea que había caído sobre sus laureles.

Este sargento Araya y un Lorca, también un valiente conocido en Chile, mandaban la fuerza que Aldao había puesto á las órdenes de Facundo. Los reos de La Rioja, entre los que se hallaba el doctor don Gabriel Ocampo,