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Domingo F. Sarmiento

lluvias y dar de beber á sus ganados. He tenido siempre la preocupación de que el aspecto de la Palestina es parecido al de La Rioja, hasta en el color rojizo ú ocre de la tierra, la sequedad de algunas partes, y sus cisternas; hasta en sus naranjos, vides é higueras de exquisitos y abultados frutos, que se crían donde corre algún cenagoso y limitado Jordán; hay una extraña combinación de montañas y llanuras, de fertilidad y aridez, de montes adustos y erizados, y colinas verdinegras tapizadas de vegetación tan colosal como los cedros del Libano. Lo que más me trae á la imaginación estas reminiscencias orientales, es el aspecto verdaderamente patriarcal de los campesinos de La Rioja. Hoy, gracias á los caprichos de la moda, no causa novedad al ver hombres con la barba entera, á la manera inmemorial de los pueblos de Oriente; pero aun no dejaría de sorprender por eso la vista de un pueblo que habla español y lleva y ha llevado siempre la barba completa, cayendo muchas veces hasta el pecho; un pueblo de aspecto triste, taciturno, grave y taimado, árabe, que cabalga en burros, y viste á veces de cueros de cabra, como el ermitaño de Enggady. Lugares hay en que la población se alimenta exclusivamente de miel silvestre y de algarrobo, como de langostas San Juan en el desierto. El «llanista» es el único que ignora que es el ser más desgraciado, más miserable y más bárbaro; y gracias á esto vive contento y feliz cuando el hambre no lo acosa.

Dije al principio que había montañas rojizas que tenían á lo lejos el aspecto de torreones y castillos feudales arruinados; pues para que los recuerdos de la Edad Media vengan á mezclarse á aquellos matices orientales, La Rioja ha presentado por más de un siglo la lucha de dos familias hostiles, señoriales, ilustres, ni más ni menos que en los feudos italianos en que figuran los Ursinos, Colonnas y Médicis. Las querellas de Ocampos y Dávilas forman toda la historia culta de La Rioja. Ambas familias, antiguas, ricas, tituladas, se disputan el poder largo tiempo, dividen la población en bandos, como los guelfos y gibelinos, aun mucho antes de la revolución de la independencia. De estas dos familias han salido una multitud de hombres. notables en las armas, en el foro y en la indusfria, porque Dávila y Ocampos trataron siempre de sobreponerse por todos los medios de valer que tiene consa-