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Domingo F. Sarmiento

los Llanos, fué á la ciudad de La Rioja, donde á la sazón se hallaba aquél, y cayendo de improviso sobre él le dió una bofetada diciéndole. «Usted me ha mandado prender? ¡Tome, mándeme prender ahora!» con lo cual montó en su caballo y partió á galope para el campo. Pasado un año, preséntase de nuevo en la casa paterna, échase á los pies del anciano ultrajado, confunden ambos sus sollozos, y entre las protestas de enmienda del hijo y las reconvenciones del padre, la paz queda restablecida, aunque sobre base tan deleznable y effmera.

DOMINGO F. SARMIENTO Pero su carácter y hábitos desordenados no cambian y las carreras y el juego, las correrías del campo, son el teatro de nuevas violencias, de nuevas puñaladas y agresiones, hasta llegar al fin á hacerse intolerable para todos é insegura su posición. Entonces un gran pensamiento viene á apoderarse de su espíritu, y lo anuncia sin empacho. El desertor de los «Arribeños», el soldado de «Granaderos á caballo» que no ha querido inmortalizarse en Chacabuco y en Maipú, resuelve ir á reunirse á la montonera de Ramírez, vástago de la de Artigas, cuya celebridad en crímenes y en odio á las ciudades á que hace la guerra, ha llegado hasta los Llanos y tiene llenos de espanto á los gobiernos. Facundo parte á asociarse á aquellos filibusteros de la Pampa, y acaso la conciencia que deja de su carácter é instintos y de la importancia del refuerzo que va á dar á aquellos destructores, alarma á sus compatriotas, que instruyen å las autoridades de San Luis por donde debía pasar, el designio infernal que lo guía. Dupuy, gobernador entonces (1818), lo hace prender, y por algún tiempo permanece confundido, entre los criminales. vulgares que las cárceles encierran. Esta cárcel de San Luis, empero, debía ser el primer escalón que había de conducirlo a la altura á que más tarde llegó. San Martin había hecho conducir á San Luis un gran número de oficiales españoles de todas graduaciones de los que habían sido tomados prisioneros en Chile. Sea hostigados por las humillaciones y sufrimientos, sea que previesen la posibilidad de reunirse de nuevo á los ejércitos españoles, el depósito de prisioneros se sublevó un día, y abrió la puerta de los calabozos á los reos ordinarios, á fin de que le prestasen ayuda para la común evasión. Facundo era uno de estos reos, y no bien se vió desembarazado de las prisiones, cuando enarbolando el amacho» de los